martes, 9 de octubre de 2012

Mis Debates en Grupos eMagister

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Blog Recomendado: Chak : Mi vida bipolar: Viajo bajo control - Copyright: Chak


 Este Blog se los recomiendo sin dudar:
Autor: Chak " Mi vida bipolar Un balde para depositar situaciones cotidianas de una persona con Trastorno Bipolar o ciclotimia"

Este enlace es propiedad intelectual de "Chak" cuyo Blog he mencionado mas arriba.

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02/03/2012

Mi vida bipolar: Viajo bajo control: No recuerdo cuándo fue la última vez que escribí en este espacio. Es fácil ver la fecha del último post, pero eso no sirve. He olvidado ta...

No recuerdo cuándo fue la última vez que escribí en este espacio. Es fácil ver la fecha del último post, pero eso no sirve. He olvidado tantas cosas que este blog me recuerda una parte de mi que, espero, poco a poco voy dominando. En los últimos meses la enfermedad me ha hecho poco o nada. Vista mi conducta desde el ángulo de la depresión y a hipomanía, tendría que decir que lo he controlado muy bien, con todo y las grandes emociones que he pasado.
Podría pensar también que es precisamente a esas grandes emociones que me he sentido bien... Podría ser. Mi punto es que la depresión no me ha ganado y a la hipomanía pude controlarla.
Enero y febrero fueron dos meses llenos de emociones por cuatro eventos que, sin planearlo, se sucedieron de forma encadenada. En un lapso de tres semanas hice mi examen profesional, me tomé unas curiosas vacaciones donde me reencontré con una parte de mi familia que hacía años no veía, luego realicé mi primer viaje al extranjero a Bogotá, Colombia donde conocí a gente talentosa y amable y, estando allá, en la Ciudad de México publiqué mi primer cuento en el diario La Jornada.
No sé tú, pero a mi me parecen demasiadas cosas emocionantes para sólo tres semanas. Lo bueno de todo esto es que todo salió bien. En cada uno de los sucesos tuve la oportunidad de que se me votara la canica, que me pusiera histérico y no pasó nada. No al menos que yo recuerde... Veamos.
Todos los días previos a mi examen profesional, las semanas y los días anteriores, yo estaban más nervioso por el almuerzo que daríamos en la casa que por el examen mismo. Aquella fría mañana de mediados de enero yo no dejaba de temblar. De eso me acuerdo muy bien. Aún dentro de la sala de conferencias donde se realizó el examen, no dejaba de temblar aunque ya no hacía frío. Temblaba de nervios. Pero creo que ese fue mi único síntoma que tenía. Según me dicen los que ahí estaban, mi voz sonaba segura, tranquila, como si tuviera bajo control la situación. En el examen me fue bien, salvo una buena regañada que me acomodó una de las sinodales por quejarme, un poco, de la educación que recibí en la Facultad. Cuando lo hacía, cuando me reprochaba mi falta de agradecimiento y mi "amargura" (me dijo que sonaba un poco amargado), sentía que me desmayaba. Poco faltó para que de veras sucediera pero al final lo superé sin escenas penosas. Recibí el regaño en silencio y luego me felicitaron por la tesis que entregué... Cosas por cierto que todavía no puedo digerir del todo. Todo salió bien. Luego el almuerzo se puso un poco tenso cuando se juntaron los hijos de mi hermana con el hijo de mi cuñada, pero tampoco pasó a mayores. Todo salió bien.
Tres días después de hacer mi examen profesional me fui con mi esposa de vacaciones a Cancún. Allá me di cuenta de los hermoso que es el mar, lo bien que se la puedo uno pasar lejos de esta ciudad y a revalorar a mi familia. En Playa del Carmen me encontré con una de mis tías y mi prima. Nos recibieron, literalmente, con los brazos abiertos. Nos trataron estupendamente y mi tía tuvo un gesto que nunca voy a olvidar. Me prestó su coche para ir a Tulum. Es un viaje corto y sin riesgos, pero aún así, ¿quién presta su auto a un sobrino que ves tres veces al año? El caso es que, luego de años de no sentarme al volante de un coche, lo volví a hacer y, como bien dicen, lo que bien se aprende... Fue como si mi esposa y yo regresáramos en el tiempo y de repente estuviéramos de nuevo viajando en el vocho en alguna carretera cercana a la Ciudad de México. Yo relajado, feliz de manejar en la carretera y ella ahí, sentada, platicando sobre el camino y demás cosas... Para cualquier persona tomar un auto quizás es de lo más normal, pero no para mí. Un auto puede disparar al neurótico que llevo dentro y desatar escenas de histeria y peligro que nadie quiere ver. Nada de eso ocurrió. Fue un paseo apacible y sin contratiempos. Conocí, además, aeropuerto de Cancún, y de pronto, descubrí algo extraño: creo que me gustan los aeropuertos. Y me gusta abordar aviones. A diferencia de mi esposa, que le teme a volar, a mi me parece de lo más placentero.
Cenando una deliciosa pizza en un restaurante en Playa del Carmen me entero de que apenas regrese al DF, tendría que volar a Bogotá. Una emoción más que sí afectó mis vacaciones, pero que no las echaron a perder. Yo esperaba que ese viaje fuera dos semanas más tarde, pero algo pasó que se adelantó... En fin que yo regresé un jueves por la noche de Cancún y mi vuelo a Bogotá salía el sábado por la mañana. Tuve sólo el viernes para ir a la oficina por mi boleto y mis viáticos y poner en orden algunas cosas pendientes.
Durante varios meses tuve miedo, eso es lo que tuve: miedo de ese viaje. No al hecho de viajar a una ciudad desconocida en un país ajeno. Eso, gracias a que no había una barrera de idioma, era controlable. A lo que de veras le tenía pavor era al recibimiento de la gente allá.
Y de nuevo, todo salió bien. Aquella tarde domingo en que llegué a la oficina de la empresa en Bogotá todo fue sonrisas y abrazos. Desde el primer momento la gente me recibió como a un amigo entrañable. Sin condiciones, simplemente me abrazaron. Yo, aconsejado por mi señora, llevé regalitos para repartir y fue eso lo que al final terminó por cerrar un círculo que, creo, no se ha roto.
Aunque el trabajo en Bogotá fue duro, la pasé muy bien. Conocí buena parte de la ciudad, gente interesante y lo mejor, creo que hice algunos amigos nuevos, cosa que, en serio, cada vez me parece más difícil hacer.
Con el paso del tiempo, con el cada vez más estrecho rango de crear nuevos círculos sociales, la posibilidad de hacer amigos me parece como una ilusión, una aventura casi suicida. Bogotá me enseñó que no todo está escrito. Ese miedo se diluyó y se convirtió en un siempre latente nerviosismo. Siempre me ha intrigado caerle bien a la gente. Y creo que allá lo logré.
Durante mi viaje a Colombia que duró dos semanas suspendí las medicinas. No las creí necesarias. No me deprimiría con tantas cosas por ver y conocer y los compañeros me mantenían con la mente siempre alerta. Pude saltarme la barda y caer del lado de la hipomanía, sobre todo el día que salimos de rumba y que nos tomamos medio litro de aguardiente... Pero tampoco pasó nada, sólo fue una noche tremendamente divertida. Tanto que todos los que estuvimos ahí la recordamos con cariño.
Estando allá, un domingo, publiqué en la Ciudad de México mi primer cuento en el diario La Jornada. Lo vi en la página de Internet y aunque ya era un poco tarde, le mandé un mensaje un poco agresivo a mi esposa para que consiguiera un ejemplar. Me dijo que no lo haría, que se lo había encargado a mi madre, cosa que no me pareció. Días más tarde, en una videollamada mi madre me mostró la página entera que el diario le dedicó a mi cuento. De regreso a mi casa, por fin pude ver mi primer cuento publicado...
Y justo cuando me estaba acostumbrando al ritmo de la ciudad, al ritmo de la oficina, al acento de la gente, a estar solo y cenar solo, tomo el avión de vuelta a mi verdadera vida.
De vuelta al desorden de mi vida, a la bulia de la oficina, al smog y la basura...
Fue aquí donde de pronto las emociones contenidas durante las últimas tres semanas se dejaron venir como en manada. Durante al menos tres o cuatro días me sentía como fuera de lugar, como si hubiera aterrizado en otro planeta. Me sentía desvinculado de todo y de todos. Síntomas inequívocos de la depresión. Me asusté un poco, he de aceptarlo, pero también consideré que era algo normal. Me encariñé hasta cierto punto de la gente y la ciudad extraña y volver a casa implica un poco de melancolía. Así que lo tomé con más calma y me di un poco de aire. Retomé el tratamiento médico y en cinco días estaba como si nada, más encanchado, más vuelto a la rutina de siempre.
Así llego hasta este momento en el que escribo. Pasé esta parte del año que desde el pasado venía planeando. Ahora lo que queda es seguir viviendo, aunque con metas totalmente diferentes. Si antes mi meta había sido terminar la tesis y titularme, ahora tengo que cambiarlas, tengo que poner mi mira en otros objetivos, que considero tienen más que ver con la escritura que con el trabajo.
Además el futuro de mi esposa y su carrera también están en preparativos de despegue. Y no será un despegue sencillo, pero sin duda será vertiginoso. Todo un reto para nosotros como pareja y para ella como profesional.
En fin, que de pronto me encuentro como en un muelle, frente a un mar calmo y un sol apacible. Una gaviota vuela frente mi y se clava en el mar en busca de un pez. Lo atrapa, lo engulle y levanta de nuevo el vuelo. Yo respiro el aire que tiene un ligero sabor a sal y miro al horizonte.